domingo, 20 de septiembre de 2015

Lo bonito de las ganas de volver.


  Recoges todos tus bártulos, los metes en la maleta y te montas en el coche, bus, tren o avión. Ya sea porque se te han acabado las vacaciones y tu rutina te reclama o porque has decidido mover geográficamente tu vida, te toca despedirte de aquel lugar que ha conectado contigo y en el que has pasado más buenos momentos que malos. Te toca irte con las ganas de volver.


  Puede que sentado en el asiento de ese transporte que te va a alejar de tu origen y acercar a tu destino, te invada la tristeza y estés tentado de gritar: ¡Pare, que me bajo! Está  bien, es normal, es la "cara B" de conocer un sitio en el que te gustaría quedarte. Pero mientras miras por la ventana y las líneas del mundo se desdibujan a medida que ganas velocidad, piensa en lo afortunado que eres.


  Afortunado porque encontrar algo que nos guste de verdad se vuelve cada vez más y más complicado, los años nos enseñan que los buenos ratos son más propios de la suerte que de nuestro empeño en ser felices. Hoy puede que dejes ese lugar atrás, en el pasado, pero piensa que ayer no tenías siquiera la posibilidad de regresar a él en un futuro.
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