domingo, 11 de octubre de 2015

Ella y Él.


  Ella llegaba tarde, como casi siempre. Se acabó de un trago el café y dejó rápidamente la taza en el fregadero. No tenía tiempo para peinarse así que se fue calzando las botas a trompicones a la vez que cogía las llaves. Y con el bolso en la mano, cerró la puerta de su casa. Mientras esperaba el ascensor se puso los cascos y le dio al play. La música empezó a sonar. Una cosa era llegar tarde y otra muy distinta llegar aburrida. Ella vivía la vida sin darle demasiadas vueltas a las cosas; si algo bueno le pasaba lo celebraba hasta que le doliesen los pies y si le pasaba algo malo... cambiaba de dirección y le sonreía a la incertidumbre.


  Él se había levantado a las siete de la mañana, odiaba ir con prisas. Se había afeitado, se había vestido y se había hecho mecánicamente el nudo de la corbata. Había leído el periódico mientras se tomaba con calma el café y había hecho la cama antes de salir de casa. Una vez dentro del ascensor se miró al espejo y se recolocó el cuello de la camisa. En los detalles estaba la diferencia y los errores eran un peaje que no se podía permitir. Él era un perfeccionista empedernido que evitaba dejar nada al azar. Vivía con sus cinco sentidos puestos en el futuro hipotecando por el camino su presente.


  Ella, dobló la esquina. Él, siguió recto. Ella se chocó con un hombre recién afeitado por el que ansiaría bajar de sus nubes. Él se chocó con una chica despeinada a la que le regalaría su mundo para que lo pusiera patas arriba.

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