viernes, 12 de junio de 2015

Se avecina tormenta.

  Todo está en silencio, intranquilo, a la espera de algo.
Una tenue luz grisácea es la única que ha conseguido atravesar el manto de nubes que se acercan lentamente, que nos empiezan a aislar momentáneamente del verano.


  El olor me dice que se avecina lluvia y mis ganas le dan las gracias. Llega el momento de asomarse a la ventana para dejar que el viento zarandee tu 'pachorra estival', para darle la bienvenida a esas gotas de agua que refrescan el deseo de seguir viviendo el verano, que riegan los "vámonos de cañas" futuros.


  Por un momento el tiempo deja de ser, y las agujas del reloj de tener sentido. Y es que la lluvia es así, te obliga a dejarlo todo para que te des cuenta de que te está mojando. Es el sonido de las gotas aterrizando en el suelo, ese ritmo incesante, lo que convierte a los días lluviosos en los más sosegados del año. El incesante repiqueteo contra las ventanas ensordece los gritos y ahoga las preocupaciones, encogiendo los problemas hasta que, acurrucados bajo la manta, nos damos cuenta de lo simple que es todo. Que para que haya calma necesitamos manejar la tormenta y que mojarse en sus charcos solo fue malo desde que nos hicimos mayores.

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