viernes, 19 de junio de 2015

La aventura comienza.


  Tener una idea, por pequeña que sea, y decidir llevarla a cabo es lo equivalente a ponerse las zapatillas y atarse los cordones dispuesto a llegar a tu destino cueste lo que cueste. 

  Emprender este viaje creativo tiene un punto de partida y una meta, sí, pero ni tu mismo puedes trazar con exactitud el camino que te llevará del punto A al punto B. Siento desilusionarte, si lo que querías era llegar cuanto antes para poder volver a ponerte las zapatillas de casa y echarte en el sofá ya te puedes ir olvidando. En cuanto empieces a andar vas a tardar poco en darte cuenta de que recorrer el camino es lo que merece la pena, y no cruzar la línea de meta. Incluso es más que probable que seas tu mismo el que aumente los kilómetros de tu carrera para disfrutar durante más tiempo de la emoción que acompaña a las pasiones, de las mariposas en el estomago y hasta de las piedras del camino. Disfrutar con lo que haces no significa estar anclado en un éxito permanente, sino amar tanto el proceso que no te importe fracasar. 

  Llega un momento en nuestra vida en el que el miedo a hacernos daño puede más que las ganas de subirnos al columpio. Es entonces cuando nos hacemos mayores y dejamos encerrado en el pasado al niño que no veía el peligro, al que le daba igual tener las rodillas peladas de tanto caerse. Sumergirse en el proceso de materializar una idea nos devuelve esa magia perdida y esas ganas de pasarlo bien sin importarnos las consecuencias. Combinadas, nos vuelven a hacer creer que somos invencibles.

"Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido."
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